domingo, 21 de abril de 2024

El Velorio Homosexual

 



Cuando Simón, Carlos y Checho se conocieron, el nuevo siglo apenas comenzaba. Simón conoció a Carlos en una discoteca gay; se miraron, se gustaron, se besaron y decidieron salir. Luego de varios días de visitas al cine y paseos interminables, sus cuerpos se juntaron en la cama de un hotel. Y fue ahí, intentando hacer 'tícuti', que supieron que ambos eran pasivos y que pan con pan, budín. Pero hubo química y decidieron ser amigos. Semanas después, ad portas del año 2000, Carlos conoció a Checho, se miraron, se gustaron y antes de besarlo, porque más valía prevenir que lamentar, preguntó a boca de jarro:


—¿Cuál es tu opción?
—¡Pasivo a morir! —sopló Checho.

No hubieron besos ni caricias, pero desde esa noche y para siempre, los tres se hicieron amigos inseparables, amigos del alma, de esos que en el mundo gay cuesta mucho encontrar.

Los miércoles eran días de cine, los viernes de chifa o pollo a la brasa y los sábados de discoteca. Y cuando alguno la pasaba mal, los otros dos estaban allí. Si alguno sufría por amor o el mundo de pronto apestaba, los otros dos estaban allí.

Simón trabajaba como contador en un empresa textil, Carlos trabajaba en un banco y Checho tenía una tienda de ropa.


Simón vivía en el closet. Alguna vez le dijo a su madre que era gay, pero ella respondió "que iba a hacer como que no había escuchado nada, porque prefería la muerte a un hijo mari#@&". Su hermano, policía en actividad, lo había visto en "actitudes raras" según refirió y le advirtió que "si me entero que eres cabro, te meto plomo". En cambio, la familia de Carlos lo aceptaba como gay; los padres, hermanos, abuelos, tíos, tías, primos, todos, aceptaban su orientación y abrazaban la tristeza de su amigo Simón. Checho no tenía familia; su madre había muerto de cáncer y su padre lo abandonó cuando niño. El resto de su familia vivía en Abancay.

La noche de año nuevo del 2004, mirando los fuegos artificiales que iluminaban el cielo limeño, hicieron una promesa.

—Quiero que prometan que si me muero primero, van a ir vestidos de drag queens a mi velorio -pidió Carlos.
—¡Jamás! -bramó Checho.
—Me gusta la idea, pero pido que si yo me muero primero, ustedes dos vayan a mi velorio vestidos de drag queens y bailen el "Aserejé" —sopló Simón.
—Jajajajaja... yo sí lo hago -sopló Carlos.
—Qué verguenzaaaaaaa -chilló Checho.
—Prometamos que si alguno muere primero, los dos que quedan, recordando las mejores noches que vivimos, se vestirán de drag queens y bailarán el "Aserejé" al lado de su ataúd y delante de toda su familia -pidió Simón.

Y la promesa fue hecha.

En el 2005 los tres amigos hicieron un viaje a Cuzco y se divirtieron como locos. En el 2006 se fueron a la selva y levantaron todos los maperos que pudieron. En el 2007 planeaban ir a Máncora, pero Simón enfermó.

Los últimos meses, Simón había bajado de peso, la debilidad lo desbordaba, tosía con frecuencia y cierta mañana en el trabajo, se desmayó. Lo llevaron de emergencia al seguro social. No tardaron mucho en informar que estaba en fase SIDA. Simón hubiera querido que su familia no lo sepa, pero fue imposible. El mundo de Carlos y Checho se derrumbó.

—Lo vas a superar, amiga —suspiraba Carlos.
—Hoy los tratamientos son efectivos y vas a controlarlo —decía Checho.
—Si me muero, no olviden la promesa que hicimos ese año nuevo —balbuceaba Simón.
—Nadie se va a morir -casi lloraba Carlos.

Dos días después, el 24 de julio del 2007, Simón dejó de respirar. Carlos y Checho se murieron un poco; su hermano no estaba más. Lloraron como locos.

—Aunque hay una promesa, considerando que esta familia es difícil, mejor le vamos a bailar al cementerio —sugería Checho durante el velorio.
—Simón entenderá -lloraba Carlos.
—Ahora que mi hijo se murió, espero no volver a verlos nunca más -dijo la madre del difunto acercándose a los amigos—. No los boto de aquí porque no quiero que toda la familia y amistades se enteren que mi hijo era un homosexual. Esa vergüenza quedará para mí y para sus hermanos. Yo parí un macho, no un mariquita. Él solito buscó su muerte. Saben algo, bien muerto está. Y seguro, a ustedes no les falta mucho tiempo.

Las palabras de la madre tocaron muy hondo a los amigos. Se miraron, se llenaron de rabia y valentía, cargaron sus maletas, se encerraron en el baño de la sala y se pusieron los trapos raros que habían conseguido, las pelucas de colores que habían comprado, se mal pintaron la boca, un poco de escarcha en los ojos y porque solo se vive una vez y su amigo ya no volvería, salieron a la sala con los tacos apretados, el corazón en la boca y cantando "Aserejé" a capela, bailaron con los ojos llenos de lágrimas junto al ataúd que guardaba el cuerpo de su amigo. Los asistentes al velorio no daban crédito a la escena. Todo estaban pasmados. La escena parecía sacada de una película de Pasolini. La madre homófoba grito ¡son demonios! y se desmayó. La Tía Pocha, una señora estirada y amargada, gritó ¡esto es una burla! y se desmayó. Las señoras de la cofradía que llegaron para rezar por el cadáver, intentaron rezar, pero las oraciones se ahogaron en su boca y se desmayaron una a una. Un tío trató de detener el baile, pero Carlos no se dejó amedrentar y siguió moviendo las caderas y cantando "Y aserejé-ja-dejé, de jebe tu de jebere seibiunouva majavi an de bugui". Solo el hermano de Simón con su arma de reglamento en la mano, detuvo el baile. El hombre apuntó lleno de rabia a las improvisadas drag queens.

—¡Lárguense o los mato !-gritó el policía.
—Ayyyyyyyyyy -gritaron los asistentes al velorio.
—Hicimos una promesa a tu hermano —balbuceó Carlos con miedo.
—Mi hermano no era raro, eso no puede ser.
—Si quieres mátanos -chilló Checho—, pero tu hermano era gay, homosexual y era feliz aunque ustedes eran malos con él. Ustedes eran su familia de sangre, pero Carlos y yo hemos sido su familia de verdad.

Fueron echados de la casa y con los tacos en la mano caminaron por las calles de Surquillo y cuando estaban a unas cuadras estallaron en una risa interminable...

—¡Promesa cumplida, hermana! —gritaba Carlos.
—¡Loca de mierda, hasta muerta jodes! —gritaba Checho.

Y cuando las risas acabaron, se tiraron sobre el césped de un parque y lloraron como niños, sin parar, casi dejando de respirar...

Un día como hoy, hace dieciséis años, Simón murió. Cada dos meses, sus amigos lo visitan en el cementerio y le cuentan que el mundo ha cambiado, que hay redes sociales, que las discos ya no son lo de antes, que hay hartos venezolanos en el Perú, que hemos tenido seis presidentes en corto tiempo, que aún no hay unión civil ni matrimonio ni leyes para los gays, que colaboran informando a la gente que use condón y tome tratamiento y que aunque el tiempo ha pasado, no lo olvidan.

—Es que mueres cuando te olvidan y nosotros no te olvidamos, hermana, y por eso vives aquí -dice Carlos tocándose el pecho.

Carlos y Checho hoy irán a comer pollo a la brasa y recordarán a su amigo, y reirán y llorarán y sentirán que su energía está ahí, en cada recuerdo, en las anécdotas, en esos sueños de amistad y libertad que no mueren y viven para siempre.


CREDITOS
Tradiciones Cabra Peruanas de la Tia Tula
tradición 002 El Velorio Homosexual

by Roberto Villa La Tia Tula - Todos los derechos reservados

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